¿Te has planteado alguna vez cómo quieres que sea tu parto? ¿Piensas que todo está en manos de los médicos,...
Respetar el momento evolutivo del otro
“Aceptar” es el verbo que describe al sistema digestivo en Biodescodificación.
El tubo digestivo, desde que apareció por primera vez como estructura diferenciada en los cnidarios: los pólipos y las medusas, ha estado transformando la materia ingerida en energía, para “nutrir” y “hacer crecer” a estos organismos. Lo que no podían asimilar, era “rechazado” y “expulsado” por el único orificio que hacía las veces de boca y ano.
El intestino primitivo comienza su morfogénesis durante la tercera semana del embrión en el ser humano, y aunque nuestro intestino es el resultado de todo un proceso de especialización increíble para “aprovechar” y “absorber” el máximo posible de las sustancias beneficiosas y necesarias para nuestro desarrollo, sigue cumpliendo la misma función que cumplía en los pólipos y las medusas, me temo, sin ánimo de herir a nadie.
Pero, ciertamente, hay algo muy dulce que nos diferencia de estos seres primitivos: nuestra madre. Hasta el nacimiento, el feto recibe su alimento de la madre a través de la placenta. Su sistema digestivo ya está formado al nacer, pero aún sufrirá algunos cambios, ya que ahora tendrá que alimentarse por si solo, con suerte, de la leche materna, e irse adaptando a la vida extrauterina.
Para este nuevo ser que somos, nuestra madre es la Vida, es el Mundo que nos rodea, su voz, su olor, su temperatura y su tacto estimulan cada uno de nuestros sentidos y finalmente, ante la imperiosa necesidad de saciar nuestro hambre, allí está ella y su elixir blanco, que viene a traer paz donde solo existía llanto.
No sé dónde, se empieza a romper ese lazo, y aquello que nos llega de ella deja de “satisfacernos”. Tal vez porque aparece otro hermanito y su atención declina, tal vez tiene que volver a trabajar y nos “abandona” en la guardería, ¿quién sabe?, son tantas las circunstancias en la vida de una mujer. O simplemente, según crecemos, empezamos a ver reflejada nuestra Sombra en ella, y comenzamos a juzgar-nos, a través de ella y a decidir que no cometeremos los mismos errores, que a nuestro parecer son monumentales.
La magia de la maternidad, te da la oportunidad de reparar ese lazo perdido: cuando nosotr@s traemos al mundo a nuestros propios hijos, comenzamos a entender que aquello no fue fácil, ni mucho menos. Que había fuerzas externas, muy poderosas y arraigadas, que en Biodescodificación reciben el curioso nombre de programas inconscientes. Estos programas hacen que una persona se comporte como lo hace, independientemente de que quiera hacerlo mejor. Siempre queremos hacerlo mejor.
El ser humano es bondadoso por naturaleza. Aún no he conocido a nadie que desee hacerlo mal en la vida. Los alcohólicos, los drogadictos no pueden luchar contra su adicción, si pudieran dejar de causar dolor a sus familias, lo harían sin dudarlo, pero son víctimas de programas inconscientes. Incluso los asesinos no son dueños de su voluntad, son manejados por esos mismos programas que necesitan servirse de ellos para sacar a la Luz, asuntos ocultos. Y así con todos los desatinos y atrocidades del género humano.
Estos programas inconscientes se van instalando en nosotros, antes incluso, de nuestra concepción. Nos llegan de regalo con nuestro ADN, corren por nuestras venas. Y al nacer, se hacen operativos y se actualizan gracias a las tempranas experiencias de nuestra infancia. Nuestro niñ@ herido va de la mano de nuestra madre, como no podía ser de otra manera. Pues recordemos que nuestra madre es la Vida, es el Mundo que nos rodea y del que vamos asimilando e ingiriendo, absorbiendo y nutriéndonos para crecer internamente. Ese Mundo que vamos a aceptar o rechazar.
Cuando sanamos nuestras heridas y hacemos conscientes esos programas inconscientes podemos estar en paz con el Mundo, con la Vida y por supuesto, con mamá. “Aceptamos” a nuestra madre porque entendemos que ella, igual que cada uno de nosotros, está en un momento evolutivo que le permite hacer solo determinadas cosas, pero no otras, por mucho que quiera.
Ya no tiene sentido juzgar, ni criticar. Tu corazón solo puede gritar un “Gracias mamá”. Cuando puedes pronunciar estas palabras, te das cuenta de que el último reducto de perfeccionismo ha muerto y que respetar el momento evolutivo del otro, es señal de madurez y trabajo interior.
Autora: Eva María Vergara Ucelay, licenciada en veterinaria y terapeuta en Descodificación Biológica Original.
Contacto: 644 13 65 18.