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Tenemos 5 cerebros

Marco RuggieroEn esta extensa entrevista al Dr. Marco Ruggiero, médico que cuestiona algunas de las "verdades" mantenidas por el paradigma médico actual, se citan últimas investigaciones y descubrimientos que deberían conducir a un replanteamiento a fondo de la teoría de los gérmenes y la inmunidad, además del enfoque ortodoxo sobre el SIDA.

Ruggiero nos explica que el cerebro tiene su propio sistema linfático conectado directamente con el sistema nervioso y un microbioma característico, que ha sido introducido a través de la barrera hematoencefálica por células del sistema inmune, que transportan a las bacterias desde el intestino. Es por esto que concluye que además del cerebro craneano y el del tracto digestivo, el ser humano dispone de otros dos cerebros formados por el microbioma del intestino y el cerebro, que también influyen en la toma de decisiones.

Y sí, has contado bien Guiño, según Ruggiero habría 4 cerebros, pero parece que se ha "olvidado" del 5. Porque el corazón tiene cerebro.

Artículo completo original en dsalud.com

Marco Ruggiero: “El ser humano tiene cuatro cerebros”

 

Número 194 - Junio 2016

Marco Ruggiero, médico y doctor en Biología Molecular que trabajó durante años en el Laboratorio de Biología Celular y Molecular del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos, fue profesor del Departamento de Patología y Oncología Experimental de la Universidad de Florencia (Italia) y desarrolla actualmente su actividad científica en Estados Unidos colaborando estrechamente con las prestigiosas asociaciones de autismo National Autism Association y Autism One afirma que el ser humano posee en realidad ¡cuatro cerebros! Así nos lo ha aseverado cuando decidimos entrevistarle con motivo del último libro que ha publicado en colaboración con Peter Greenlaw y que paradójicamente se titula Tu tercer cerebro. Postulado que de ser cierto obligaría -entre otras muchas cosas- a replantearse las causas y tratamientos de numerosas patologías; muy especialmente de las mentales. Nos lo ha contado detalladamente en la amplia entrevista que hemos mantenido con él.

El Dr. Marco Ruggiero no es persona grata para numerosos colegas y la razón es que cuestiona algunas de las verdades postuladas por el paradigma médico actual. Basta leer la entrevista que mantuvimos con él en 2012 y apareció en el nº 149 con el título Marco Ruggiero: “Se puede tener SIDA sin estar infectado por el VIH en la que explicó que difiere de la visión ortodoxa que sobre este síndrome se ha impuesto en el mundo pues si bien acepta que el VIH existe no duda en que aun así se puede tener SIDA sin tener el VIH. Es más, denunciaría en ella que según el propio Departamento de Salud del Gobierno estadounidense el AZT, los antirretrovirales y los cócteles hechos con éstos ni previenen la infección por VIH, ni reducen el riesgo de contagio, ni curan el SIDA“El pensamiento predominante -afirmaría entonces- es que el SIDA lo causa un virus llamado VIH y que la infección por VIH lleva inevitablemente al SIDA a no ser que ésta sea ralentizada con medicación antirretroviral. Tal es la opinión mayoritaria y muchos médicos buenos y honestos así lo creen pero, por supuesto, no es más que una simple creencia”. Añadiendo: ”Es sobradamente conocido que la infección por VIH no lleva al SIDA de manera inmediata. La inmunodepresión puede tardar años en aparecer o no hacerlo nunca. Es más, existen innumerables personas que dan positivo a los test del VIH que nunca desarrollan SIDA”. No ha sido ése en cualquier caso el motivo de que volvamos a entrevistarle sino la publicación de un singular libro en el que afirma que el cuerpo tiene tres cerebros, sorprendente aseveración que él mismo superaría durante nuestra charla al decirnos que en realidad son ¡cuatro! Pero veamos cómo surgió tal postulado transcribiendo ya sin más la conversación que mantuvimos con él.

P: Ha publicado usted recientemente junto al conocido divulgador Peter Greenlow un libro titulado Your Third Brain (Tu tercer cerebro) según el cual en nuestro organismo hay un cerebro situado en el interior del cráneo, otro en el tracto gastrointestinal y un tercero que abarca todo el cuerpo: el microbioma. ¿Puede explicarnos qué quiere decir exactamente con ello?

R: Que en el interior del cráneo hay un cerebro de dos hemisferios anatómicamente conocido es evidente y no es necesario aclarar nada salvo que sigue siendo el órgano del que menos se sabe; y que en el tracto gastrointestinal hay otro en el que hay también neuronas y glías nadie lo discute ya. Cerebros que hoy se sabe están interconectados entre sí siendo el flujo de información bidireccional. Asimismo se sabe que por eso el cerebro de la cabeza influye en el funcionamiento del cerebro del tracto gastrointestinal y éste en el de la cabeza. Que además hay un tercer cerebro se trata ya de una intuición personal. Y es que considero como tal al microbioma, al conjunto de microorganismos interconectados y presentes en todo el cuerpo aunque principalmente se encuentren en los intestinos.

P: ¿Y eso?

R: Está constatado que la masa interdependiente de microbios que constituye el microbioma produce sustancias y neurotransmisores que influyen tanto en las neuronas del cerebro craneal como en las del cerebro del tracto gastrointestinal. De hecho algunos científicos hablan ya abiertamente de “voces internas” y de “microbios melancólicos” asumiendo que un microbioma alterado puede ser causa de trastornos mentales como la ansiedad o la depresión. Al punto de que algunos proponen desarrollar “psicobióticos” para tratar esas disfunciones que no serían sino un tipo de probióticos destinados a restaurar el microbioma y así reequilibrar las funciones neurológicas y, por ende, psicológicas. A algunos les resultará increíble pero está comprobado que cambios patógenos en la composición del microbioma intestinal conlleva cambios en el comportamiento que pueden revertirse reconstituyendo el microbioma original sano. Luego realmente podemos hablar de un “tercer cerebro” al hablar del microbioma, concepto pionero para describir su papel e influencia en las funciones cognitivas, neurológicas y psicológicas. Y así lo postulé en diciembre de 2015 en Frontiers in Neuroscience. Sin embargo poco después me di cuenta de que en realidad existe un “cuarto cerebro”, más localizado: el que constituye el microbioma específico del cerebro.

P: ¿Microbios naturales propios… en el cerebro?

Microbioma cabezaR: Sí. Porque en el cerebro craneal ¡hay un microbioma propio que convive en simbiosis con las neuronas y las células gliales! Sé que a algunos neurólogos esto les parecerá inconcebible pero es real. Me lo planteé tras leer un artículo publicado en 2013 en PLoS One por investigadores canadienses que buscando virus en cerebros de pacientes diagnosticados con VIH/SIDA encontraron poblaciones bacterianas diferenciadas iguales a las que se hallan en la tierra y el agua a pesar de no padecer ninguna otra patología infecciosa.

Los mismos microbios que hay en el medio ambiente y, por tanto, los mismos que se encuentran en los intestinos. Es más, descubrieron que los microbios llegan al cerebro transportados por células del sistema inmune. Según explican el cerebro anatómico es constantemente inspeccionado por leucocitos -linfocitos y macrófagos activados- que los microbios usan como “caballo de troya” de acceso para cruzar la barrera hematoencefálica y entrar en el sistema nervioso. Microbios que sin duda influyen de manera importante en el funcionamiento de las neuronas y de las células gliales. Hoy sabemos además que hay otra vía que interconecta de manera aún más estrecha el cerebro craneal con el sistema inmune y, por ende, con los microbios que transportan: su propio sistema linfático. De ahí que postulara en 2015 en Frontiers in Neuroscience que existe una estrecha relación entre el cerebro craneal y el sistema inmune ya que son células de éste las que atravesando la barrera hematoencefálica transportan microbios hacia él y desde éste hacia fuera a través de vasos linfáticos propios.

Y como se comprenderá el hecho de que exista un microbioma propio dentro del cerebro craneal tiene consecuencias hasta ahora inimaginables. A partir de ahora vamos a tener que considerar las células microbianas como células del sistema nervioso central. Y de la misma importancia que las neuronas y las células gliales si bien con dos claras diferencias. La primera es que no son humanas, la información de su ADN es microbiana y eso significa que velan por sus intereses… que pueden coincidir o no con los nuestros; y la segunda es que los microbios craneales cambian continuamente a medida que interactuamos con el medio ambiente -sobre todo con la comida- al contrario que las neuronas y las células gliales. Luego tan importante es tener un microbioma adecuado en el cerebro craneal como en el intestinal. Lo que en este caso pasa por tener un sistema linfático cerebral que funcione bien a fin de que los macrófagos puedan circular adecuadamente y conseguir que sus poblaciones microbianas vivan en equilibrio. Debe ser así tanto en el cerebro intestinal como en el craneal. En suma, los seres humanos tenemos cuatro cerebros: dos compuestos de células humanas -el craneal y el que se halla en las paredes del tracto intestinal- y otros dos no humanos: el microbioma craneal y el intestinal. Aunque es probable que al final lleguemos a la conclusión de que en esencia solo tenemos uno compuesto por células tanto humanas como no humanas distribuidas entre el cráneo y los intestinos.

P: Y según usted el microbioma constituye un tercer cerebro que está presente en todo el organismo aunque se concentre mayoritariamente en los intestinos…

R: Eso es. Siendo el microbioma craneal propio y específico y de ahí que pueda hablarse de un cuarto cerebro. Composición microbiana muy dinámica que depende de nuestra interacción con el medio ambiente y especialmente del aire que respiramos, el agua que bebemos y los alimentos que ingerimos – atendiendo sobre todo a los químicos tóxicos que contienen- y de las radiaciones que nos afectan. Luego el tercer y cuarto cerebros están en continua transformación y son muy flexibles. Variabilidad y flexibilidad limitadas ya que el núcleo principal del microbioma es constante. De ahí la importancia de conocerlo para poder saber cómo restaurarlo al alterarse o desequilibrarse, desafío mayúsculo para la investigación clínica actual en campos como la neurociencia. Habrá incluso que reconsiderar el papel que juega el sistema inmunitario en nuestras actividades neurológicas y psicológicas.

P: ¿Puede explicarlo mejor?

R: Le pongo un ejemplo: si las células del sistema inmune que transportan los microbios al cerebro craneal no funcionan al 100% el microbioma de la cabeza sufrirá alteraciones que influirán en la labor de las neuronas y las células gliales. Y si el recientemente descubierto sistema linfático cerebral se obstruye por inflamación de los ganglios linfáticos cervicales profundos, desde donde la linfa del cerebro se drena, la recirculación de ésta en el cerebro se obstaculizará y la vigilancia inmunitaria no será la adecuada. Y eso puede desequilibrar la composición del microbioma cerebral permitiendo que microbios patógenos del intestino o del medioambiente no sean controlados ni por la acción combinada de los microbios sanos del microbioma del cerebro ni por las células del sistema inmunitario.

P: Entonces nuestro cuerpo no está compuesto básicamente de células humanas…

Microbioma en intestinoR: No solo eso; habría que redefinir qué entendemos por “cuerpo humano” ya que hoy sabemos que éste contiene 10 veces más células microbianas que humanas y 100 veces más genes microbianos que humanos. ¡El 90% de nuestras células son microbianas! Luego en realidad somos un ecosistema complejo en el que distintas entidades vivas interactúan y se intercambian información de manera dinámica y continua. Biológicamente el nivel básico de información -del que derivan todos los demás tipos de información- se halla en forma de genes en el ADN. Y teniendo en cuenta que nuestro microbioma tiene 100 veces más genes que el genoma humano puede entenderse fácilmente que la información puramente humana es casi marginal. En otras palabras, si asumimos que nuestro comportamiento depende en buena medida de la información contenida en el ADN está claro que depende más de la información microbiana que de la humana; o, si se prefiere, de la “voluntad” microbiana más que de la voluntad humana.

Recuérdese además que la forma más primitiva de comportamiento -común a todos los seres vivos, esencial para la vida misma y del cual derivan todos los demás- son los hábitos alimenticios. Pues bien, en un reciente artículo titulado Is eating behavior manipulated by the gastrointestinal microbiota? Evolutionary pressures and potential mechanisms (¿Condiciona la conducta alimentaria la microbiota gastrointestinal? Presiones evolutivas y mecanismos potenciales) revisado por pares que publicaron en 2014 en Bioessays  los investigadores del Departamento de Emergencia y Medicina de la  Universidad de Nuevo Mexico en Albuquerque (EEUU) J. Alcock, C. C. Maley y C. A. Aktipis se afirma sin reparo alguno que son nuestros microbios los que condicionan o manipulan nuestros hábitos alimenticios y que eso, en ocasiones, lo hacen en detrimento de nosotros mismos. Como si los humanos no fuéramos sino sus “huéspedes”.

Dicho de otra forma: nuestro comportamiento más básico, el alimenticio, depende a menudo poco de nuestra “voluntad”. Son los microbios los que nos instan a comer uno u otro alimento en función de lo que necesitan y quieren. Así que para lograr tener una buena salud deberemos buscar el equilibrio entre sus necesidades y las de nuestras células, tejidos y órganos. De lo contrario nuestra parte “humana” enfermará. Hay pues que buscar la armonía, los intereses coincidentes, porque si luchamos contra nuestros propios microbios éstos terminarán ganando. Y puede que lo que voy a decir represente un duro golpe para nuestro ego pero cuando morimos solo muere la parte humana del cuerpo ya que la microbiana, con toda su información, sigue viviendo.

P: Perdone el inciso pero si tenemos cuatro cerebros, ¿dónde se localiza la memoria? ¿Solo en el cerebro craneal o diseminado por todo el cuerpo?

R: Buena pregunta. Yo comencé a estudiar los mecanismos moleculares del aprendizaje y la memoria junto a mi amigo y colega Renato Corradetti hace más de 25 años y ya en 1987 publicamos tres estudios sobre ello en Brain Research. En aquellos días estábamos todos convencidos de que el hipocampo está implicado en la consolidación de la información correspondiente a la memoria, tanto de corta como de larga duración. Hoy, treinta años más tarde y por lo que acabo de explicarle, me atrevería a afirmar que la memoria está diseminada por todo el cuerpo. Residiendo básicamente en nuestras neuronas pero también en las células microbianas.

De hecho hoy se postula que el aprendizaje provoca cambios en al ADN modificando el epigenoma, es decir, la información epigenética global de un organismo. Cambios en el epigenoma que se produce en las células humanas pero también en las microbianas. Luego siendo así la memoria debe encontrarse dispersa por todo el cuerpo. Porque es cierto que hay áreas del cerebro craneal dedicadas a funciones específicas relacionadas con el aprendizaje y la memoria pero no lo es menos que cuando a veces éstas se extirpan quirúrgicamente las funciones se mantienen. Así que, entrando en el terreno de la metafísica, cabe deducir que aunque nuestra memoria celular desaparece con la muerte de nuestro cuerpo la memoria microbiana persiste. Concepto que conlleva un increíble número de implicaciones como el de la vida después de la muerte, la persistencia de la memoria y hasta el concepto de conciencia.

P: Si lo que dice fuera así uno podría vivir hasta con un cerebro craneal bastante atrofiado

Cerebro reducidoR: Y es así. En julio de 2007 la prestigiosa revista médica The Lancet publicó un artículo en el que se describía el caso de un funcionario francés adulto, sano, casado y padre de dos hijos que a los 44 años supo que le faltaba ¡el 95% del cerebro craneal! Estaba casi en su totalidad ocupado por un fluido que, sin saberlo, había ido acumulándose desde la niñez. Y ello demuestra que una persona puede llevar una vida normal con solo el 5% de su masa cerebral y deja en entredicho nuestras nociones sobre neuroanatomía según las cuales hasta la más pequeña parte del cerebro tiene funciones asignadas.

Y no es un caso aislado; en 1992 un grupo de investigadores del Departamento de Psicología del Hospital Psiquiátrico Kalamazoo de Michigan (EEUU) estudió varios casos de mellizos -homocigóticos y heterocigóticos- en los que uno había sufrido hidrocefalia y tenía menos masa cerebral que el otro comprobándose con asombro que ¡eran los más inteligentes! Es más, contrariamente a lo que dicta la lógica constataron que cuanto más pequeño era el cerebro mayor era su grado de inteligencia.

Lo singular es que esos estudios no tuvieron seguimiento, probablemente porque lo descubierto desafía todas las nociones que se postulan sobre el funcionamiento del cerebro craneal.

p: Dice usted en su libro que los estados mentales y la toma de decisiones dependen menos del cerebro craneal que de los del tracto intestinal y el microbioma. Suena muy reduccionista. ¿Dónde queda el libre albedrío?

R: Eso lo escribí hace ya un año; hoy postulo que las decisiones se generan en esos tres cerebros pero siendo mayor la incidencia del cuarto cerebro, el del microbioma craneal. En cuanto al libre albedrio tal como lo concibe la mayoría de la gente murió cuando supimos que el microbioma contiene entre 2 y 8 millones de genes lo que supone como mínimo 100 veces más de los contiene nuestro genoma que son unos 20.000. Es la información del ADN la que dice a las neuronas cómo conectar y formar las redes neuronales de interacciones que constituyen la base de los pensamientos y de nuestra conciencia. Además la interacción con el medioambiente, el proceso de aprendizaje, la memoria y las experiencias que determinan nuestras decisiones futuras son todos eventos epigenéticamente incrustados en el ADN de las neuronas que se transmiten durante generaciones. Tales son en suma algunas de las razones por las que se postula que la información que se encuentra en la base de nuestras funciones neurológicas y psicológicas reside básicamente en el ADN. Y si a esa ecuación le añadimos la gigantesca cantidad de información adicional que contiene el ADN microbiano resulta obvio que nuestro comportamiento está “condicionado”.

Ahora bien, sería efectivamente reduccionista afirmar que la parte humana no juega ningún papel y somos como marionetas manejadas por microbios diminutos. La realidad es que somos seres complejos compuestos de distintas sociedades de seres vivos que pueden comportarse de forma cooperativa y altruista o competitiva y egoísta por lo que en el primer supuesto viviremos sanos mientras en el segundo caso enfermaremos. Porque por extraño que parezca la parte humana es la más frágil.

En conclusión, el concepto de libre albedrio debería extenderse al de cada especia microbiana que integra nuestro cuerpo ya que cada una de ellas alberga genes que les llevan a comportarse de la manera que mejor garantice su propio bienestar. Si aceptamos esta noción entonces podremos sostener un concepto de “libre albedrio” que sería la suma aritmética de los libres albedríos de todos los seres vivos que viven dentro de nosotros en un momento dado.

P: ¿Y qué ha cambiado para que hoy haya muchas más personas enfermas que antes? Porque el autismo, al que sabemos dedica ahora su esfuerzo, afecta en Estados Unidos a uno de cada 68 niños y a 1 de cada 100 en España cuando en 1990 afectaba solo a 1 de cada 10.000. ¿Se debe a la masificación de las vacunas, a los tóxicos medioambientales, a la actual alimentación industrializada…? ¿Está nuestro sistema inmunitario deteriorándose?

R: Aunque la causa del autismo se sigue considerando desconocida en el artículo que publicamos en Frontiers in Neuroscience elucidamos aspectos importantes de su patogénesis, de los mecanismos que llevan a la aparición y progresión de los síntomas. Y ésos son los que usted acaba de mencionar y otros. Como las radiaciones radioactivas y electromagnéticas o el abuso de los antibióticos y otros fármacos. Todos ellos son factores que pueden estar contribuyendo a ello. E incluyo los casos del espectro de trastornos relacionados con el autismo. Asimismo puede haber incidido la manera diferente de diagnóstico, clasificación y desarrollo de los trastornos.

P: Que el cerebro craneal tiene su propio sistema linfático se dio a conocer hace poco más de un año. ¿Qué implicaciones tiene tan inesperado descubrimiento en su trabajo?

Sistema linfático cerebro

R: Las implicaciones son enormes. El hecho de que en el cerebro craneal anatómico haya un sistema linfático y un microbioma propios que interaccionan con las células del sistema nervioso central -y probablemente con las del periférico- obliga a reevaluar todas nuestras nociones sobre neurología y neurobiología. Además la conexión directa entre cerebro y sistema inmunitario explica muchas observaciones hasta hoy inentendibles. En 2002 por ejemplo el Dr. Matarrazzo, un investigador brasileño, describió los casos de dos niños sanos en los que poco antes de cumplir 3 años aparecieron síntomas de autismo tras reactivarse una infección en garganta y nariz administrándose a uno de ellos en los primeros meses hormona adrenocorticotropa (ACTH) para reducir la inflamación y el niño se curó totalmente; con el otro sin embargo, al que le aparecieron los síntomas teniendo dos años pero empezó a ser tratado seis años después, se logró una notable mejoría pero solo parcial. El artículo se publicó en julio de 2002 en The World Journal of Biological Psychiatry. Tan extraordinarios resultados no podían explicarse… hasta ahora. Todo indica que la inflamación crónica de nariz y garganta obstruye los nódulos cervicales profundos que es donde se drena la linfa proveniente del cerebro impidiendo que ésta pueda recircular causando en él una acumulación de tóxicos y fluidos que lleva a una disrupción tanto de las conexiones neuronales como de las células del sistema inmune, en particular de los macrófagos. Inmunodeficiencia que podría llevar al desequilibrio de la población microbiana del cerebro y a la inflamación crónica de éste y de las meninges, síntomas ambos ampliamente descritos en los casos de autismo. Afortunadamente, según demostró Matarrazzo, si la inflamación se afronta en los estadios iniciales ello puede ser revertido rápidamente y los síntomas autistas desaparecen. Y añadiré que es muy probable que algún mecanismo similar sea el que desencadene la mayoría de las patologías neurológicas, desde el alzheimer hasta la esclerosis múltiple.

P: En suma, si el cerebro craneal posee un sistema linfático propio conectado directamente con el sistema nervioso y un microbioma característico hay que replantearse las causas de todas las patologías cerebrales…

R: En efecto; ambos descubrimientos llevan a un cambio de paradigma. Nosotros hemos estudiado la importancia de la inflamación de los ganglios o nódulos cervicales profundos en el autismo pero otros investigadores están ya proponiendo mecanismos similares detrás de otras neuropatías. Hace solo unos meses -en agosto de 2015- un grupo de investigadores de Estados Unidos, Francia y Suecia publicó en Nature Reviews Neurology un artículo sobre la importancia de la limpieza del cerebro y su relación con las proteínas implicadas en el alzheimer haciendo especial referencia al reciente descubrimiento del sistema de drenaje linfático cerebral. Y hace solo unas semanas -en 2016- otros investigadores han reevaluado todo lo escrito sobre inmunología del cerebro llegando a titular su artículo así: Get It through Your Thick Head: Emerging Principles in Neuroimmunology and Neurovirology Redefine Central Nervous System (Cómo llegar a tu densa cabeza: principios emergentes en Neuroinmunología y Neurovirología redefinen el “privilegio inmunitario” del sistema nervioso central). El trabajo lo dirigió el doctor del Departamento de Microbiología e Inmunología del Drexel University College of Medicine de Filadelfia en Pennsylvania (EEUU).A. C. Solomos y se publicó en ACS Chemical Neuroscience.

Sin embargo, por extraño que pueda parecer, solo mi equipo ha sido capaz hasta ahora de fusionar el descubrimiento del sistema linfático cerebral y la presencia de microbios en el cerebro anatómico en un solo concepto unitario: el microbioma del cerebro o ‘cuarto cerebro’. Entiendo que se trata de un concepto demasiado novedoso para ser aceptado sin más por el mundo académico pero ya hay colegas que comparten nuestra intuición. En febrero de 2016 por ejemplo un grupo de investigadores irlandeses escribió un artículo con un título bastante inusual que es congruente con todas las nociones que acabo de describirle: ¿Son los microbios “geppetto” del cerebro como titiriteros de la función neuronal y su comportamiento? Publicado en J. Neurovirol en él se dice que “existe cada vez más literatura que presenta manipulación activa del comportamiento a favor de los microbios”; añadiendo: “Se precisan nuevos enfoques y conceptos teóricos y experimentales, como el de la Teoría del Hologenoma, para incorporar a las teorías evolutivas la herencia epigenética del microbioma”.

P: Una última pregunta: nos consta que usted trabajó durante años para la industria y ha reconocido públicamente que la misma se rige por criterios puramente económicos y no altruistas. ¿Cree que todo lo que ustedes y otros investigadores están descubriendo podrá terminar aplicándose?

R: Asistimos cada día a nuevos descubrimientos científicos que, a diferencia de otras épocas, podemos llevar a la práctica casi de inmediato si bien de forma privada en casos particulares. Descubrimientos que antes podían ocultarse durante largo tiempo y ahora es casi imposible gracias a internet. Así que estoy persuadido de que todo esto –y muchas cosas más- saldrán pronto a la luz. Vivimos sin duda tiempos emocionantes en los que se irán rompiendo los límites de lo que se puede lograr en los ámbitos de la salud y la medicina.


Jacques Fernández de Santos

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